Veinte lunas de algodón y leche

Cae la voz en el vacío mientras una puerta entorna tu presencia…

Has partido a tus hazañas de madurez con la sonrisa prendida en esos ojos de mirar verdosos y esperanzados.

Me has dicho adiós con el cargamento de poesía que eres capaz de proyectar en tu mirada sin pronunciar ni una sola palabra.

Las manos han caído sobre mi cuerpo amanecido y mi corazón ha rebosado de ti.

Carne de mi carne, sangre de tu sangre, te he sentido tan libre que una minúscula lágrima traicionera se ha escapado del rebaño.

Mi niño chico, mi niño grande, que mis pechos amamantaron su sed de vida, te veo marchar en pos de tu senda.

Con la mochila al hombro, recto como una vara, alto como árbol frondoso y bien plantado, cruzas océanos que nos distancian veinte lunas de algodón y leche.

Antes, te has vuelto para fundirte en el calor del claustro materno; retomar raíz como buen cazador.

¡Adiós, Madre!… Hasta luego, mi vida.

Cae la voz en el vacío mientras una puerta entorna tu presencia…

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