¿Por qué me he de inventar cosas si el mundo me habla? No hay nada mejor que escuchar cuando algo late a tu alrededor para sacarte del ostracismo y ver que la luz no se apaga; siempre surge una llama que, aunque temblona e insegura, ilumina con sus chispas para que mires y veas que la vida renace en cada instante…
Ella es como una roca con aroma a hinojo marino. Impenetrable, dura en su costra, acostumbrada al batir del oleaje estrellándose con la costa. Pero un buen día tanta marea cuarteó su caparazón y el agua comenzó a entrar igual que a un barco por su espita; se ahogaba. La vi cómo se hundía, cómo se perfilaban sus mástiles entre la espuma.
Sin embargo, el temporal de pronto amainó, y la chica de las rocas se sujetó a la punta del mástil obligándose a resistir a pesar de que ya no tenía fuerzas.
Ayer, en una tarde ceniza, escuché el aleteo de su gaviota como hacía mucho tiempo. Tal como era ella antes, tal como ha sido siempre.
No podía apartar mis ojos de aquella náufraga que estaba, por fin, llegando a tierra firme.
Me sujeté a su silbido porque, aún siendo muy distintas, tenemos algo en común: la fuerza de voluntad y, si ella estaba consiguiendo sobrevivir a un fuerte temporal, yo también. Su faro, la luz que ella despide me guiará a llegar a puerto.