Cuando veo nacer la luz cada mañana, quisiera montar en una gaviota e ir junto a ti, pero ya no estás y de nada sirve que vuele a ninguna parte. Es, entonces, cuando quiero irme también yo, y, así, estar en el más absoluto olvido junto a ti… para siempre.
Mi querencia no es posible, así que visto mi traje de luces, pinto el rostro con una enorme sonrisa, dibujo valentía en el corazón y, poniéndome la montera, bajo al ruedo mundano a lidiar la vida que, a cada esquina, me clava un pitón.
Resisto los envites con mi capote amarillo y rosa; si el miedo me ciñe, corro al burladero en busca de refugio. Ella no se va, espera paciente a que yo vuelva a salir; con pasos cortos la encaro, entre chicuelinas y verónicas estampo el coraje que no tengo porque un día partió contigo para nunca regresar.
Sol y sombra, pasodobles, aplausos y pañuelos blancos arropan mi faena y, si el público premia mi arte, miro al cielo brindándote este trabajo que, entre sudor y sangre, conseguí con tu recuerdo.
Dedicado a mi hermano Santiago.